Son tantas las cosas que nunca
te dije, ni te voy a decir, ni quizá te diga. Si al final te dijese algo sería
que sigo siendo aquella niña que envolvía un pedacito de pan de su almuerzo en
papel de aluminio y lo tiraba a la basura, insegura y rota por dentro y por
fuera. La que se comía el último trozo de pastel, la que rebañaba el plato con
pan.
Aquella niña que jugaba con los
bichos bola en el patio de la escuela, la que pronunciaba una "t" y no una "d" cuando decía Madrid, aquella a la que un día castigaron de cara a la pared por
levantarse a por un folio.
Soy la niña que se tenía que
sentar en las filas de atrás en clase porque todo atendía a un criterio
alfabético; la niña que respondía en bajito a las preguntas en clase, para sí
misma.
Esa niña que tampoco veía la
pizarra y que cuando llegó a las aulas de la universidad supo que no veía de un
ojo. Al final era verdad que no veía bien y no era cuestión de ser perezosa o no querer atender, era por tener visión cero en un ojo. Pero me adapté a las circunstancias y seguí hacia
adelante.
Esa niña de melena larga que un
día se cortó el pelo como Julia Otero, a la que admiraba tanto.
La niña que contaba y a veces
sigue contando con los dedos, que se mordía las uñas y jugaba con las pinzas de
la ropa.
Una niña que se creía todo lo que le contaban, a la que tomaban el pelo y le hacían bromas. Llegué a creerme que una compañera de clase se había traído un trozo del Muro de Berlín, y encima me lo regalaba, qué ilusa. Era la que pensaba que giraban las nubes y no la tierra, la que hablaba utilizando palabras que aprendía en los libros que leía; aunque a veces sonasen pomposas.
En la mujer que soy hoy, veo
aquella niña, en detalles infinitos. Me acuerdo de esa niña cuando doy un rodeo
o me cruzo de acera para no pasar por delante de un grupo grande de gente. La
que siempre se gira a mirar hacia atrás cuando va caminando sola por lugares
desiertos, la que está siempre en alerta. Y sigo pecando de ingenua y por eso quizá a veces diseccione las cosas y no las vea desde la simplicidad.
La que se siente como una mierda cada mañana, esa soy yo. Y hay días en los que no me valen ni paraguas de colores para días grises, ni pensamientos positivos, ni que brille el sol, ni nada de nada.
La que se siente como una mierda cada mañana, esa soy yo. Y hay días en los que no me valen ni paraguas de colores para días grises, ni pensamientos positivos, ni que brille el sol, ni nada de nada.
Y si fuera valiente...
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